En el extremo sur de América, el pueblo selk’nam u ona está demostrando que no está extinto, como aseguraban académicos y libros. Recuperando sus historias familiares y tradiciones, buscan el reconocimiento.
Marcela Comte ahora entiende por qué su madre siempre mantenía las cortinas cerradas y tenía terror de abrir la puerta si golpeaban. El miedo la acompañaba, aun viviendo en el norte de Chile, a más de cuatro mil kilómetros de Tierra del Fuego, la remota isla de la cual provenía su abuelo.
Para Hema’ny Molina, la buena nota que obtuvo en un trabajo escolar sobre los pueblos indígenas australes, que decía que los selk’nam u ona estaban extintos, no era correcta. «Miraba a mi abuelo y mi mamá y sabía que eran ona. Le dije a mi profesora que mi trabajo estaba mal, que no estaban extintos, pero no tuve fuerza para decirle que soy ona», recuerda.
Así crecieron, lejos del territorio de sus ancestros y en medio de contradicciones, en una sociedad que oficialmente las daba por desaparecidas y en la que convenía callar. «Eso lo han vivido todas las familias. Lo pasamos muy mal en el colegio, recibimos burlas. Hasta que uno se empodera y no importa lo que digan. Pero todavía hay quienes no han pasado esa barrera del temor», dice Hema’ny Molina, hoy presidenta de la Corporación Selk’nam Chile.
«No se atreven a decirlo públicamente porque, como los libros dicen que no existimos, no se sienten seguros. ‘Dónde está tu pueblo’, te preguntan. Y crees que eres tú solo», agrega Marcela Comte, tesorera de la corporación. Ambas pertenecen a la Comunidad Covadonga Ona, que reúne familias que se autoidentifican como selk’nam en Chile (documentos oficiales los registran indistintamente como selk’nam o selknam).
La mayoría de los sobrevivientes del genocidio contra este pueblo terminó disperso por Chile y Argentina -países a los que pertenece Tierra del Fuego-, pero también muchos fueron embarcados en buques mercantes con destino incierto. «En algún momento, creímos que éramos la única familia con conciencia de venir de allá. Todas las familias lo han pensado, es un sentimiento de soledad muy grande», dice Molina.
Sobrevivientes del exterminio
Cuando el misionero y etnólogo alemán Martin Gusinde llegó a Tierra del Fuego en 1918, estimó que en la isla quedaban menos de 300 selk’nam. 50 años más tarde, la antropóloga Anne Chapman decretó que con la muerte de la supuesta última hablante estaban extintos. «Fuimos víctimas del genocidio físico y académico«, dice Molina.
El primer choque ocurrió con el paso de los navegantes y buscadores de oro, y el secuestro de indígenas que fueron presentados en exposiciones y zoológicos humanos en Europa. En la segunda mitad del siglo XIX, llegaron los pioneros con la ganadería ovina. Molina indica que, avaladas por los Estados de Chile y Argentina, «hubo verdaderas cacerías humanas. Se llegó a pagar una libra esterlina por hombre muerto. Tierra del Fuego está sembrada de cadáveres y muchos sin cabeza, porque las cortaban para venderlas a los museos.»
Hombres y ancianas eran asesinados y las jóvenes y niños secuestrados. Los hijos del mestizaje forzoso hablaban el idioma y se criaban como selk’nam, pero se les negó el derecho a serlo. Muchos terminaron en las misiones salesianas fuera de la isla, donde pretendieron salvar a los indígenas de las matanzas y evangelizarlos, pero cundieron enfermedades que los diezmaron. Los niños sobrevivientes fueron dados en adopción. Muchos perdieron sus nombres y crecieron sin saber sus orígenes.
«Hay un corte histórico en que nadie supo nada de nosotros. Fue tan violento, que la primera reacción de los niños fue callar y olvidar que eran selk’nam, porque de ello dependía la vida. El trauma familiar es muy grande, por eso todavía cuesta hablar», dice Marcela Comte.
De las historias familiares al reconocimiento
En el lado argentino de Tierra del Fuego, la comunidad indígena Rafaela Ishton ha tenido logros en derechos y garantías, lo que avala también la lucha de este pueblo en Chile. En el último censo en el país, 1.144 personas se reconocieron como selk’nam y la comunidad Covadonga Ona suma más de 200 miembros.
Además, hace cinco años que trabajan con la Universidad Católica Silva Henríquez -y ahora se suma la Universidad de Magallanes-, en la búsqueda de antecedentes sobre la sobrevivencia selk’nam en Chile. «Algunos solo tienen la sospecha y nada con qué probarlo, pero se miran al espejo y hay una tendencia inexplicable. Cuando empiezan a recabar la historia y las costumbres, encuentran un ancestro que fue adoptado, le cambiaron el nombre, y traspasó rasgos culturales que quedaron en la familia», indica Hema’ny Molina.
La antropóloga Constanza Tocornal, de la Universidad Católica Silva Henríquez, trabaja con ellos en la reconstrucción de memorias orales e historias familiares, y en la revisión de fuentes archivísticas y documentales.
«El reconocimiento cultural y político del pueblo selk’nam tiene que considerar que el genocidio dificulta la continuidad cultural. En estas memorias familiares, hay procesos íntimos de invisibilización, miedo y violencia sufrida hacia su posibilidad de autoidentificarse como un pueblo, al que la sociedad le decía que estaba desaparecido. Eso también es parte de los componentes identitarios», explica.
El proceso legal de reconocimiento no tiene que ver con pureza sanguínea, aclaran en la corporación. Los pueblos cambian y aunque hoy no habiten en el territorio ni hablen la lengua, mantienen ciertos rasgos culturales. Ellos mismos descubren parecidos cuando se reúnen. Hay también ciertas prácticas y habilidades en las familias, como el trabajo textil o en cuero que, «una vez que se reconoce la posibilidad del ancestro selk’nam y lo contrasta con relatos etnográficos, encuentra mayor explicación», agrega Tocornal.
Hoy están en proceso de recuperar el idioma, que nunca se perdió del todo. Cada día reciben más consultas de colegios y universidades para que entreguen su testimonio, relata Marcela Comte: «Nos hacen muchas preguntas, les enseñamos algunas palabras y quedan maravillados de que estemos aquí y que los textos escolares estén equivocados.»
En “Mi sangre yagán”, Víctor Vargas Filgueira recorre relatos desconocidos de sus ancestros y cómo fueron colonizados. Infobae Cultura dialogó con el autor
“Yo soy miembro de un pueblo en el que el rostro de mi abuelo ilustra la tapa del libro Mi sangre yagán, ahua saapa yagán (La Flor Azul)”. Así se presenta Víctor Vargas Filgueira, de 50 años, que sigue viviendo en los mares del sur de sus ancestros, en Ushuaia, y cuya obra combina historia oral e investigación sobre uno de los pueblos originarios más olvidados.
Quizás la razón se encuentre en las continuas matanzas que provocaron que miles de yagán (también yagan o yámana) se hayan convertido sólo en cien sobrevivientes en apenas tres décadas. Aquellos hombres de las canoas que eran avezados cazadores de lobos de mar, de delfines y que recolectaban todo tipo de moluscos, desde almejas a erizos, fueron objeto de la persecución para que sus territorios fueran convertidos en estancias inglesas, es decir, que transformaran las tierras ancestrales en favor del colonialismo de principios del siglo XX.
Pero el libro muestra una cotidianidad de un pueblo desconocido, pero que está acá, en el sur, y a su vez revela cómo el diezmar a los yagán limitó el conocimiento sobre la cultura de los mares del sur.
Orundellico, su nombre yagán, o Jemmy Button, el que le colocaron los secuestradores
Uno de los yagán más conocido, por las penurias sufridas a mano de Charles Darwin, es Jemmy Button, quien fuera secuestrado y llevado a Inglaterra con tres personas más de distintas etnias de la región, donde fueron examinados, luego exhibidos, más tarde convertidos en sirvientes que hablaban el inglés, antes de que Darwin, el teórico de la evolución de las especies, los devolviera a los mares del sur. Este es otro capítulo del salvajismo colonial, que también fue ubicado en los alrededores de Tierra del Fuego. Esto ocurrió medio siglo antes de las narraciones que componen a Mi sangre yagán.
-¿Cómo fue que el colonialismo hizo que se llevara de miles a cien yaganes en treinta años?
-Las crónicas coloniales lo atribuyen a las enfermedades, pero eso es un 0 por ciento de lo que sucedió en el exterminio. Hubo cercenamiento de cabezas, de orejas y unos terratenientes cuyos descendientes tienen todavía latifundios y que nos cazaban para poder criar en nuestros territorios sus ovejas. En nuestro territorio esos cazadores son todos ingleses, irlandeses, escoceses, no hay alemanes ni de otra nacionalidad. El cazador más cruel era un escocés llamado McLeland.
«Mi sangre yagán, ahua saapa yagán» (La Flor Azul), de Víctor Vargas Filgueira
-También hubo alguno con buenas intenciones, según el libro, como el antropólogo alemán Martín Guisinde.
-Como hoy, que hay gente buena y gente mala, como en la historia de la humanidad. Un Alvear de ese tiempo decía “al indio ya lo tuvimos, tenemos para nosotros a la mujer, a los niños, los hacemos nuestros sirvientes”. Una historia horrorosa que pasó. Tierra del Fuego no tiene un territorio extenso, cada pueblo no superaba los seis mil habitantes, y eso facilitó el trabajo de exterminio. Y luego de la matanza, fueron tomados como mano de obra gratuita en las estancias de los gringos.
-¿Hoy existen miembros de la etnia yagán que conserven sus costumbres?
-Esa pregunta proviene de un estudio colonizado también. Vos querés que mi comunidad o yo estemos desnudos trabajando en una canoa de corteza. Yo tengo un celular en el bolsillo porque no podría servir cazar en una canoa o recolectar como hacía mi gente. Eso nos dejó el pensamiento hegemónico que dice que si sos indio tenés que tener una característica, por ejemplo, una vincha, pelo largo. No hay yagán que pueda emular a mi abuelo y si un documental va a la Amazonia, seguro tiene puestas unas zapatillas Nike. Yo soy primer consejero de la etnia yagán, pero lo único que se puede señalar es que soy de una contextura pequeña, porque mi pueblo cazaba en canoa de corteza y los yagán tienen alrededor de 1,50 de estatura en promedio, mientras los ethan tienen 1,80 porque caminaban la tierra; todos se iban formando por la forma que les tocó vivir. Hay algún vínculo que nos permite reunirnos con nuestros ancestros, y después una posibilidad más marcada de comer peces de mar, porque venimos de ella.
Tres protagonistas de la historia yagán
-El libro muestra una serie de ceremonias, también con fotografías, en las que se pintan la cara o el cuerpo, ¿a qué responde esto?
-Es como Papá Noel y la Navidad. El hombre necesita celebrar. Y cuando nuestro pueblo necesitaba una ceremonia de creencia, espiritual, la quina del yagán era una ceremonia para recrear el bien y el mal. El hombre siempre necesitó recrear el bien y el mal y los yagán usaban esto sobre todo con nuestros jóvenes. La pintura negra iba a ser de maldad y la roja de bondad.
-Las mujeres parecían pintarse la cara.
-Las mujeres se hacían líneas en la cara, en la que el rojo era alusivo al buen espíritu y el blanco era ceremonial.
-Usted dice que su abuelo era el hechicero y los yaganes en el libro dicen varias veces que no deben dejar que se sepa su conocimiento. ¿Cómo funcionaba esto?
-El que vino siempre se creía superior y tanto que entonces los nuestros decían “no te voy a mostrar lo que sabemos”. Era una lógica de la protección.
Las fotos que esta nota muestra dan cuenta de una sociedad con sus ritos, personas, celebraciones y juegos. Los yagán.
El uso del nombre yagan por una marca de venta de productos del mar despertó molestia en la comunidad Yagán de bahía de Mejillones, que lucha por concientizar sobre buenas prácticas de protección y aproximación a su cultura.
El nombre yagan utilizado como marca para vender un filete de salmón fue la imagen que comenzó el debate. Por un lado, una pequeña empresa chilena francesa busca “homenajear a un pueblo originario admirable”. Por otro, una comunidad yagan lucha por concientizar a la población y autoridades nacionales sobre el respeto en el uso del patrimonio cultural de su pueblo.
“No somos un pueblo extinto como dicen algunos libros de historia. Somos un pueblo vivo y activo, estamos aquí en el territorio y si usan nuestro nombre y cultura están hablando de nosotros entonces el primer paso es que antes de hacerlo se acerquen a la comunidad y nos pregunten. Pero si nos van a asociar con un producto que simboliza una industria que ha utilizado nuestro territorio como zona de sacrificio, eso indigna”, resume María Luisa Muñoz, representante de la comunidad indígena yagan de Bahía de Mejillones.
Desde la PYME Yahgan Seafoods se expresa la apertura a dialogar sobre el tema con la comunidad, y aclaran que su empresa no es una salmonera sino un taller que le da valor agregado a materia prima de origen marino. “En nuestro portafolio siempre ha estado la inquietud de trabajar con la más amplia gama de materias primas marinas. Sin embargo, la tendencia de nuestros clientes y del mercado nacional nos inclinó hacia los productos desarrollados a partir del salmón”; señalan.
“Desde la empresa se acercaron a través de un correo electrónico y estamos viendo qué responder. Cuando ya se usa el nombre y ya está la marca registrada, ¿qué se hace? Son situaciones que ya están establecidas, entonces es difícil entrar a dialogar en este punto y con una empresa relacionada a un rubro que es tan nefasto para nosotros”, explica María Luisa.
Buenas prácticas para proteger la cultura yagan
Tal como comenta María Luisa, no es la primera vez que su comunidad se enfrenta a situaciones de este tipo. “La cervecería austral tiene una cerveza Yagan y en la caja está la foto de una bisabuela de una de las familias de aquí. Hace un tiempo apareció en Buenos Aires un puzle que era la cara de una artesana de la comunidad. La fundación Omora tiene un parque etnobotánico donde los nombres de la vegetación están en nuestra lengua pero tú ahí no vas a encontrar a nadie de la comunidad yagan trabajando como guía, por ejemplo”, enumera.
Para la representante yagan, el problema se da a nivel nacional y de las autoridades. “El mismo Estado a través de iniciativas de Corfo y Prochile o el instituto de propiedad industrial, inscriben estos nombres sin cuestionamientos ni protocolo y es súper fácil inscribir un nombre y eso queda ahí para siempre si lo puedes pagar. Nosotros como comunidad tuvimos inscrito el nombre yagan y lo perdimos porque no podíamos seguir pagando, y enseguida lo tomó otra empresa. Visibilizar esas situaciones y generar protocolos y difundirlos es parte de lo que hacemos como comunidad”; sostiene.
El objetivo final no es cerrar la puerta sino que se generen mejores prácticas de aproximación hacia su cultura. “A nivel local mucha gente tiene pequeños emprendimientos y envían una carta para pedir la utilización del nombre. Nosotros vemos que es un emprendimiento de alguien que vive en la zona o que tiene un respeto hacia la comunidad y no tenemos inconveniente en dar nuestra aprobación, pero eso lo hacen muy pocas personas”, concluye María Luisa.
Salmones sustentables
El punto de mayor desencuentro en la situación de la empresa Yahgan Seafoods se da por la asociación del nombre yagan para comercializar productos derivados del salmón. “Sólo trabajamos con empresas proveedoras que cuentan con pisciculturas certificadas. Apoyamos el cambio relevante en la industria salmonera de manera de hacerla sustentable, apoyando la revolución que se opera en este sector con el desarrollo de crianza de salmón 100% en tierra, reciclando agua y usando residuos como abono natural para agricultura”, señalan desde la empresa en un comunicado.
Pero esta aclaración no tranquiliza a la comunidad. “Nosotros hemos luchado de forma incansable contra la industria salmonera que tiene efectos devastadores en nuestro territorio ancestral. Lo que tenemos claro es que las leyes chilenas en relación al medio ambiente no son garantía de que se va a cuidar nada. Este tipo de actividad, aunque sea en tierra, para nosotros no condice con nuestra cultura y no cuida el entorno. Hemos visto a las salmoneras mentir, ocultar informes y presagiar buenas prácticas. No nos pueden pedir que confiemos”, analiza María Luisa.
Además del protocolo, la comunidad yagan de bahía de Mejillones está trabajando para recuperar la práctica de la navegación, la alimentación tradicional, el territorio y la lengua. Entre esos esfuerzos, ven como clave el hecho de poder decidir sobre su territorio, a partir de la declaración de un Espacio Costero Marino de Pueblos Originarios (ECMPO); instrumento que reconoce y permite conservar los usos ancestrales en espacios marítimos.
Se trata del programa de Educación Intercultural Bilingüe, para planificar la introducción de las lenguas nativas –selk’nam y yagan- en los contenidos de la educación formal con la colaboración de los pueblos originarios de la provincia.
La secretaria de Pueblos Originarios Vanina Ojeda Maldonado y la subsecretaria Pamela Altamirando, mantuvieron una reunión con Héctor Gustavo Novoa, Coordinador Provincial de Modalidades Educativas y Ramón Ortiz, del equipo técnico de Educación Intercultural Bilingüe, para planificar la introducción de las lenguas nativas –selk’nam y yagan- en los contenidos de la educación formal con la colaboración de los pueblos originarios de la provincia.
La funcionaria adelantó que “la propuesta es lograr capacitaciones para los docentes que permitan introducir la modalidad intercultural desde otra perspectiva, en la que los pueblos dejen de pertenecer al pasado y reivindicar su presente, su resistencia y lucha”.
La modalidad de Educación Intercultural Bilingüe (EIB), fue instaurada a partir de la sanción de la nueva Ley de Educación Nacional en el año 2006 y se instala para garantizar el respeto por la identidad étnica, cultural y lingüística de los pueblos indígenas.
De esta manera se asume la reconstrucción de la identidad nacional que debe cimentarse en la riqueza de su diversidad y en la preexistencia de sus pueblos originarios, forjadores de culturas milenarias.
El Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), a cargo de la Dra. Magdalena Odarda -organismo descentralizado bajo la órbita del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación- inscribió la personería jurídica de la Comunidad Indígena Yagan Paiakola de Ushuaia, perteneciente al pueblo Yagan. A partir de esta medida, la provincia de Tierra del Fuego posee sus dos comunidades originarias reconocidas por el Estado Nacional.
En ese sentido, la titular del INAI ratificó que “La resolución 2021-18-APN del INAI, que fuera publicada el 22 de febrero pasado, fue celebrada por el gobierno provincial, el cual declaró a través de su Secretaría de Pueblos Originarios que “este reconocimiento legal es constituye un gran logro para la Comunidad Yagan, ya que significa un instrumento jurídico de carácter declarativo y es la herramienta más importante para garantizar sus derechos”.
Por otra parte, el Primer Consejero de la Comunidad, Víctor Vargas, escribió en sus redes sociales: “Al fin la Canoa de Asenewensis navegará con buen rumbo y fuerza, dirigida por quien lo tenía que hacer. Gracias al Instituto Nacional de Asuntos Indígenas de la mano de Magdalena Odarda, su presidenta, por reconocer a nuestro Pueblo Yagan como un nuevo Pueblo Originario de la Argentina. Como siempre dije, el pueblo Yagan está vivo, aquí y ahora. Ázar motakaiyin, gracias a los antepasados”, sostuvo.
Cabe destacar que de manera simultánea a este reconocimiento, se están realizando las gestiones necesarias para llevar a cabo la restitución de los restos de Maish Kensis y otros tres miembros del Pueblo Yagan -actualmente en poder del Museo de la Universidad Nacional de La Plata- a la comunidad indígena de Bahía Mejillones de Puerto Williams. Dicha restitución se está realizando a través del Programa Nacional de Identificación y Restitución de Restos Humanos Indígenas del INAI, en conjunto con el gobierno de la provincia de Tierras del Fuego, la Embajada de Chile y la propia comunidad.
Por último, la Presidenta del INAI celebró este reconocimiento y afirmó que “desde el organismo nacional estamos llevando a cabo junto a las comunidades de todo el país, lo que configura un gran trabajo en el reconocimiento de sus derechos”.
Se trata de un espacio creado en el ámbito del Colegio Público de Abogados de Ushuaia. Desde el Poder Ejecutivo Provincial se agradeció a las autoridades de la institución por “el interés puesto en la concreción del Proyecto que dará las garantías necesarias para asegurar los Derechos Humanos Indígenas”.
La Secretaría de Pueblos Originarios de la Provincia destacó y valoró la creación de un área específica dedicada a Derechos Humanos Indígenas dentro de la institución, resuelta en la última sesión extraordinaria del Consejo Directivo del Colegio Público de Abogados de Ushuaia (CPAU).
El organismo mencionado estará a cargo de las abogadas Pamela Altamirando, María Muñoz, Gladys Ferraro y Alejandra Bustos, quienes confeccionarán el reglamento del instituto y sus funciones.
La secretaria de Pueblos Originarios de la provincia, Vanina Ojeda Maldonado, ponderó la importancia del hecho y se comunicó con las autoridades salientes del Consejo Directivo del CPAU, Susana Sosa y el vicepresidente Eduardo German Damonte, para agradecerles “la predisposición y trascendencia de la institución como garante del cumplimiento efectivo de los Derechos Indígenas”.
La funcionaria consideró que “ésta es una de las buenas noticias del 2020 para los pueblos indígenas de la provincia, porque el Instituto servirá para garantizar un sistema judicial provisto de interculturalidad e igualdad en los estrados judiciales”.