En el extremo sur de América, el pueblo selk’nam u ona está demostrando que no está extinto, como aseguraban académicos y libros. Recuperando sus historias familiares y tradiciones, buscan el reconocimiento.
Fuente : https://www.dw.com/es/selknam-la-reaparici%C3%B3n-de-un-pueblo-que-se-cre%C3%ADa-extinguido/a-59653058
Marcela Comte ahora entiende por qué su madre siempre mantenía las cortinas cerradas y tenía terror de abrir la puerta si golpeaban. El miedo la acompañaba, aun viviendo en el norte de Chile, a más de cuatro mil kilómetros de Tierra del Fuego, la remota isla de la cual provenía su abuelo.
Para Hema’ny Molina, la buena nota que obtuvo en un trabajo escolar sobre los pueblos indígenas australes, que decía que los selk’nam u ona estaban extintos, no era correcta. «Miraba a mi abuelo y mi mamá y sabía que eran ona. Le dije a mi profesora que mi trabajo estaba mal, que no estaban extintos, pero no tuve fuerza para decirle que soy ona», recuerda.
Así crecieron, lejos del territorio de sus ancestros y en medio de contradicciones, en una sociedad que oficialmente las daba por desaparecidas y en la que convenía callar. «Eso lo han vivido todas las familias. Lo pasamos muy mal en el colegio, recibimos burlas. Hasta que uno se empodera y no importa lo que digan. Pero todavía hay quienes no han pasado esa barrera del temor», dice Hema’ny Molina, hoy presidenta de la Corporación Selk’nam Chile.
«No se atreven a decirlo públicamente porque, como los libros dicen que no existimos, no se sienten seguros. ‘Dónde está tu pueblo’, te preguntan. Y crees que eres tú solo», agrega Marcela Comte, tesorera de la corporación. Ambas pertenecen a la Comunidad Covadonga Ona, que reúne familias que se autoidentifican como selk’nam en Chile (documentos oficiales los registran indistintamente como selk’nam o selknam).
La mayoría de los sobrevivientes del genocidio contra este pueblo terminó disperso por Chile y Argentina -países a los que pertenece Tierra del Fuego-, pero también muchos fueron embarcados en buques mercantes con destino incierto. «En algún momento, creímos que éramos la única familia con conciencia de venir de allá. Todas las familias lo han pensado, es un sentimiento de soledad muy grande», dice Molina.
Sobrevivientes del exterminio
Cuando el misionero y etnólogo alemán Martin Gusinde llegó a Tierra del Fuego en 1918, estimó que en la isla quedaban menos de 300 selk’nam. 50 años más tarde, la antropóloga Anne Chapman decretó que con la muerte de la supuesta última hablante estaban extintos. «Fuimos víctimas del genocidio físico y académico«, dice Molina.
El primer choque ocurrió con el paso de los navegantes y buscadores de oro, y el secuestro de indígenas que fueron presentados en exposiciones y zoológicos humanos en Europa. En la segunda mitad del siglo XIX, llegaron los pioneros con la ganadería ovina. Molina indica que, avaladas por los Estados de Chile y Argentina, «hubo verdaderas cacerías humanas. Se llegó a pagar una libra esterlina por hombre muerto. Tierra del Fuego está sembrada de cadáveres y muchos sin cabeza, porque las cortaban para venderlas a los museos.»
Hombres y ancianas eran asesinados y las jóvenes y niños secuestrados. Los hijos del mestizaje forzoso hablaban el idioma y se criaban como selk’nam, pero se les negó el derecho a serlo. Muchos terminaron en las misiones salesianas fuera de la isla, donde pretendieron salvar a los indígenas de las matanzas y evangelizarlos, pero cundieron enfermedades que los diezmaron. Los niños sobrevivientes fueron dados en adopción. Muchos perdieron sus nombres y crecieron sin saber sus orígenes.
«Hay un corte histórico en que nadie supo nada de nosotros. Fue tan violento, que la primera reacción de los niños fue callar y olvidar que eran selk’nam, porque de ello dependía la vida. El trauma familiar es muy grande, por eso todavía cuesta hablar», dice Marcela Comte.
De las historias familiares al reconocimiento
En el lado argentino de Tierra del Fuego, la comunidad indígena Rafaela Ishton ha tenido logros en derechos y garantías, lo que avala también la lucha de este pueblo en Chile. En el último censo en el país, 1.144 personas se reconocieron como selk’nam y la comunidad Covadonga Ona suma más de 200 miembros.
Además, hace cinco años que trabajan con la Universidad Católica Silva Henríquez -y ahora se suma la Universidad de Magallanes-, en la búsqueda de antecedentes sobre la sobrevivencia selk’nam en Chile. «Algunos solo tienen la sospecha y nada con qué probarlo, pero se miran al espejo y hay una tendencia inexplicable. Cuando empiezan a recabar la historia y las costumbres, encuentran un ancestro que fue adoptado, le cambiaron el nombre, y traspasó rasgos culturales que quedaron en la familia», indica Hema’ny Molina.
La antropóloga Constanza Tocornal, de la Universidad Católica Silva Henríquez, trabaja con ellos en la reconstrucción de memorias orales e historias familiares, y en la revisión de fuentes archivísticas y documentales.
«El reconocimiento cultural y político del pueblo selk’nam tiene que considerar que el genocidio dificulta la continuidad cultural. En estas memorias familiares, hay procesos íntimos de invisibilización, miedo y violencia sufrida hacia su posibilidad de autoidentificarse como un pueblo, al que la sociedad le decía que estaba desaparecido. Eso también es parte de los componentes identitarios», explica.
El proceso legal de reconocimiento no tiene que ver con pureza sanguínea, aclaran en la corporación. Los pueblos cambian y aunque hoy no habiten en el territorio ni hablen la lengua, mantienen ciertos rasgos culturales. Ellos mismos descubren parecidos cuando se reúnen. Hay también ciertas prácticas y habilidades en las familias, como el trabajo textil o en cuero que, «una vez que se reconoce la posibilidad del ancestro selk’nam y lo contrasta con relatos etnográficos, encuentra mayor explicación», agrega Tocornal.
Hoy están en proceso de recuperar el idioma, que nunca se perdió del todo. Cada día reciben más consultas de colegios y universidades para que entreguen su testimonio, relata Marcela Comte: «Nos hacen muchas preguntas, les enseñamos algunas palabras y quedan maravillados de que estemos aquí y que los textos escolares estén equivocados.»
(rml)