Víctor Vargas Filgueira trabaja en el Museo del Fin del Mundo y es autor de “Mi sangre Yagán”. Artesano e investigador de la cultura de su pueblo, cuenta su historia y la de su comunidad. ¿Cómo es ser indígena en el siglo XXI?
Es domingo por la tarde, un hombre recorre las céntricas y vertiginosas calles de Ushuaia con su campera rompevientos azul y su mochila negra. Con paso seguro se dirige a la cafetería de la esquina de Rosas y San Martín donde lo esperan. Encuentra rápidamente la mesa y luego de pedirse un café, comienza la charla.
Cuénteme sobre usted, ¿quién es Víctor Vargas Filgueira?
Soy un integrante de la comunidad Yagán de Ushuaia. Estamos instituidos ante el INAI desde el año 2021, nos han reconocido después de muchos años de burocracia, de idas y vueltas de papeles. Mi madre es Catalina Yagán, pertenece a los últimos integrantes de aquel pueblo que fuera colonizado en los primeros años del 1900. Ella nació en 1930 y nos trajo su legado, sus costumbres, con la finalidad de conocerlas y emularlas, salvando las distancias, desde nuestro contacto siempre presente con la naturaleza.
Imagino que siempre supo que era Yagán pero ¿cuándo comprendió el significado histórico y cultural que implica?
Nosotros nacimos y sabíamos que pertenecíamos a ese pueblo, nos lo decían. Cuando empecé en la escuela no entendía, porque me decían que no existíamos más. Me contaban la historia desde un punto de vista muy cerrado y eso me impulsó a ser autodidacta, a pasar veinte años de análisis. Cuando mi madre podía ir a lugares como Punta Arena, en Chile, donde había más literatura que hablaba sobre los pueblos, siempre me traía un libro de regalo. Con 12 ó 13 años, la inquietud iba creciendo. Fue un proceso de redescubrirse uno mismo, de entender que el paso del tiempo fue dejando de lado a los pueblos originarios. Tenemos una conquista tangible, en la que se cazó indígenas, literalmente. Y luego estuvo la conquista oral, esa que llevó a que los pueblos empiecen a separarse, que digan: “No quiero ser indio y no quiero ser lo que se dice de ser indio.” Había algo que no podía explicar y que me llamaba a mi origen. Ello me llevó a no tener vergüenza de hurgar y cuando analizaba encontraba sabiduría. Pero sabía que la sociedad fueguina en ese momento, veinte años atrás, no estaba preparada para que alguien dijera: “Yo soy descendiente de Yagán.” Aún no era el momento de hablar, sabía que podía ser perjudicial para nosotros. Entonces, si bien existía un orgullo puertas adentro y hablábamos de las costumbres, afuera no había todavía que decirlo.
¿Qué fue lo que cambió para que dieran ese paso?
La sociedad cambió pero también lo hicieron los integrantes de nuestros grupos, quienes también están presentes en Puerto Williams. Sabíamos que éramos pocos, en la actualidad somos entre 150 y 200, así que dijimos “es ahora o nunca.” Eso nos llevó a tomar el toro por las astas y ver qué se podía hacer con el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) Además, mi mamá ya era reconocida en la CONADI (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena) en Chile. A muchos de los nuestros se los registró allí, somos un pueblo nómade que navegaba de Puerto Williams a Ushuaia permanentemente. Aunque no se conozca mucho, tenemos el Artículo 75, inciso 17 de la Constitución Nacional Argentina que habla del derecho de los pueblos, que el Estado los debe reconocer, tiene la obligación de hacerlo. Pero no se cumple y cuando te presentas, te piden todo tipo de documentación. A nosotros nos impulsó el encontrar a nuestro bisabuelo en literatura de investigadoares del pasado. Había que recuperar esa historia y como investigador familiar me resultó muy impactante. Mi mamá lo conocía como Tomás y al leer al sacerdote y antropólogo Martín Gusinde, ahí estaba él. Ese cura hizo un montón de trabajos de campo y entre los que no se llegaron a publicar encontré el nombre Asenewensis. Así descubrimos su nombre original, no Tomás, y al conocer la lengua supimos que había nacido en un lugar boscoso porque significa “hombre del bosque”. Todo eso te va llamando y atando cabos, estudiando llegamos hasta el día de hoy. Luego, con información que llegó de Chile, descubrí que era el Yekamush, es decir, el Chamán, el hechicero, el hombre sabio. Tuve la posibilidad de leer la ceremonia de duelo más importante que tenían los Yaganes, cuando muere mi bisabuela. Se me caían las lágrimas. Tuvo una vida excepcional. En ese ir descubriendo fuimos entendiendo la importancia que tenía poder formar esa comunidad y brindarle conocimiento a la gente. Por otro lado, entendimos la encrucijada en la que nos encontramos en relación al medio ambiente. La gente cree que nació como vivimos hoy: en la gran ciudad con los rascacielos y que no hay naturaleza. Por eso debíamos llevar nuestros saberes e incorporarlos a los museos, las escuelas. Es lo que necesita el planeta y la gente queda impactada con el mensaje porque es muy sencillo y no hay un libreto, todo viene del conocimiento.
«¿Qué nos deja a nosotros el arqueólogo, el historiador, el artista? Había un chico que había grabado distintos audios de Tierra del Fuego entre las que estaban los cantos de las abuelas del pueblo Yagán, tenía dieciséis premios internacionales», cuenta Vargas,
Tuvo la oportunidad de ir a la Sorbona de París, ¿cuál es la mirada que tienen allí respecto a los pueblos originarios? ¿Hay diferencias en relación a nuestro país?
En la sociedad en general hay mucha ignorancia. Tal vez la gente más vinculada al ambiente tiene más curiosidad, más interés. Nosotros estuvimos diez días en el sur de Francia, en Bayona, donde se hizo un festival en honor a los pueblos originarios de Tierra del Fuego. Todo aquel que trabajaba en relación a los pueblos fue invitado y presentaba su temática. Había un panel donde nosotros interactuábamos y decíamos qué nos había parecido y en qué fallaban. Pero era muy curioso porque nadie había pedido autorización, nosotros no sabíamos nada. Llegamos junto con un hermano Yagán y una hermana Selk’nam, del pueblo del norte. A ella le mostraron un libro con una entrevista que le habían hecho tiempo atrás y nunca le dijeron para qué era. Hubo momentos en los que tenías que pararte e irte porque era una locura lo que hacían. Un chico de Gran Bretaña, desnudo con plumas pegadas al cuerpo y con un slip, haciendo un baile y sonidos en los que buscaba mostrar la colonización de Tierra del Fuego, pero era tan loco el baile que terminaba siendo una falta de respeto. Hay cosas que la gente no entiende, cuando respetas y sos respetado, tenes que saber que nadie entra a la casa de alguien, le saca los cuadros, los audios de la abuela y se lo llevan para mostrar y lucrar en otros lados. Eso forma parte de la privacidad. ¿Qué nos deja a nosotros el arqueólogo, el historiador, el artista? Había un chico que había grabado distintos audios de Tierra del Fuego entre las que estaban los cantos de las abuelas del pueblo Yagán, tenía dieciséis premios internacionales. Está perfecto que vos trabajes con eso pero anda a la casa de las abuelas y fijate cómo están, no les dejaste nada a ellas. Existe un video realizado por franceses en el año 1925 donde está mi bisabuelo. Los derechos los tiene una familia francesa y yo no tengo ningún tipo de derecho. Es muy loco, muy contradictorio.
Ustedes conformaron la Comunidad Paiakoala. ¿Cuáles son los proyectos, ideas y luchas que tienen por delante?
Paiakola significa “gente de la playa”. Mi proyecto ahora es personal porque vi que la burocracia te para, te frena. Es muy difícil tener un proyecto de tierra cuando el INAI me lo puede dar dentro de treinta años o incluso más, cuando ya me esté por ir de este mundo. Si es que me lo da. Cuando obtuvimos la personería comenzamos con el relevamiento territorial, se trata de decir “vengan a ver las tierras que quiero para mi comunidad”. Estamos en 2023 y aun no vinieron, ni si quiera nos conocen cara a cara.
¿Se trató de una cuestión de un título pero las cosas no cambiaron?
Por eso no simpatizo con ningún partido político, trato de que mi corazón me diga “este es más sincero que los otros”. Hoy lo único que quieren es la foto y nosotros, como sociedad en general, somos un número para ellos. Por eso no me ato a nadie y a mis jefes del museo en el que trabajo les digo: “Vos sos político cuatro años pero yo soy Yagán toda la vida”. En el Congreso del Patrimonio Patagónico, una vez me dijeron que nos teníamos que empoderar. Yo ya venía empoderándome por eso soy respetado en mis charlas, todos comprenden que el mensaje está bueno y cuando me decían que me iban a poner un libreto yo contestaba que entonces me iba. Yo respondo a mi sentido común y a eso apelo en mis charlas. Si yo digo que termino de hablar y me voy volando a casa, no me crean porque nadie puede volar. Nos dijeron que íbamos a cruzar la estratósfera y nos van seguir diciendo cosas, hay que estar atentos porque de eso depende el futuro de nuestros hijos. La posibilidad de estar en los dos ámbitos genera una apertura mental y permite decir “esto sí y esto no”. Tenemos que ponernos a la altura del llamado “blanco” y trabajar con las mismas herramientas que tienen ellos. La Constitución Nacional, los artículos que nos amparan, las leyes de derecho a la tierra, hay que conocerlo todo. Esa es la forma de luchar. Y hay que dejar de tener la autoestima cinco metros bajo tierra. Se trata de estar equilibrado, no me subestimes porque vengo de un pueblo subestimado y si lo seguís haciendo, tenés todas para perder.
«Nos queda algo que es fundamental y que se lo hago ver a la gente: venimos de la naturaleza. Es cuestión de ir a un campamento y ver lo distendido que estás y darte cuenta lo apretado que te sentís en el cemento», subraya Vargas.
¿Cuál es el mensaje que da en el museo, qué quiere transmitirle a la gente?
En principio, tengo el pensamiento de que si el “indígena” no iguala al “blanco” nunca va a luchar por sus derechos. Tenemos que igualarlos primero, figurativamente hablando. Lo principal de mi mensaje es que ellos eran y somos seres humanos. Luego de eso los elevo, contando lo hermoso que tenían, todo su contenido, sus costumbres, el trabajo en equipo, la carencia de pertenencia, de sentido de propiedad. La gente queda asombrada y piensa ojalá fuéramos así porque nosotros, hoy en día, queremos todo lo que tienen los demás. Ellos no vivían en ese mundo y hay que darlo a conocer para lograr un 10% de eso. No se trata de volver a sacarnos la ropa, mi anhelo es que todo el mundo tenga en el bolsillo la cuestión del origen de su identidad. Por eso todo lo que es el “baby shower”, el “happy hour”, todo eso lo destruyo en mi charla también. No nos colonizan, nos colonizamos nosotros hoy en día. Saquemos lo que no nos sirve y tomemos ese trabajo en equipo, la cooperación familiar, los nenes cuidando el fuego con los abuelos, la mamá remando. ¿No hay una familia hoy que podría llegar a ser así? Muestro aquello que no se ve, abro ojos que están cerrados o que tienen una anteojera. Yo vine a este mundo a brindar un testimonio, a dar a conocer que los Yaganes estamos vivos, que existe un mensaje natural y que debemos tener una acercamiento con la naturaleza. Siempre doy el ejemplo del castor: si en la mesa que designó la llegada de ese animal a Tierra del Fuego hubiese estado sentado un integrante de los pueblos originarios, o alguien con conocimiento natural, hubiera advertido y explicado por qué no. Hay que dejar en claro que el sistema ecológico funciona a la perfección donde sea, no hay que cambiarlo. Nosotros conocemos, sabemos porque nos hemos criado rodeados de animales, entendemos la naturaleza. En la actualidad, con la artificialidad en la que vivimos hemos perdido mucho.
Por fuera de la comunidad Yagán, ¿qué le queda a la sociedad actual de este pueblo?
Nos queda algo que es fundamental y que se lo hago ver a la gente: venimos de la naturaleza. Es cuestión de ir a un campamento y ver lo distendido que estás y darte cuenta lo apretado que te sentís en el cemento. Es algo que tenemos todos, no se perdió, el humano sigue siendo humano. Cuando vas a tomar mate no elegís la escalera de cemento sino que vas a la placita, buscas pasto, un árbol. La naturaleza nos llama, el origen nos está llamando. Tal vez aquí los ancestros estén más cerca porque está más fresca la huella de aquella conquista, de ese asesinato. Mucha gente tiene esa inquietud al venir acá, hay energía. Quizá sea así. Una vez me preguntaron en un coloquio sobre el cambio climático, si tenía esperanzas de que pueda cambiar la situación. Y sí, si no me quedaría en mi casa haciendo zapping. Todos somos humanos y sé que en el fondo tenemos esa naturaleza. Poder hablarle y llegarle a chicos que tal vez han salido poco a esa naturaleza, llevarles la canoa, la cesta que las pasan de mano en mano y ver que la observan, la olfatean. Y luego observar cómo les queda la lengua Yagan cuando yo les digo: “Apasha” que es hola y “Ala Yala”, hasta pronto. Cuando me encuentran en el supermercado y me dicen “¡Apasha!”. Esa es la semilla que yo se que está. Todos tenemos un origen y los que se dicen “blancos” no tienen idea de dónde salieron en el planeta y cuánta migración genética tienen dentro. ¿Cuál es la idea mía? Que quienes tenemos el origen cerca y lo conocemos perfectamente podamos empujar a los otros. Y si no encontrás tu origen, hacete amigo de los originarios. Esa es mi esperanza y las generaciones que vienen se interesan más, hacen más preguntas y como dicen ellos, ya no se les puede “mandar fruta” y con esa mirada es todo más fácil.
Cuénteme sobre el proceso de escritura de su libro “Mi sangre Yagán”
Mi libro es fruto de todas las inquietudes que tenía, contradicciones que veía. Yo digo que soy un espía, soy un “indígena” infiltrado en el mundo de los “blancos” y por eso puedo dimensionar. Yo tomé la comunión pero después decidí no hacer la confirmación porque me dije: “Ese que está ahí no bajó del cielo, no es un santo en la tierra”. También notaba cómo en todas las religiones se dejaba fuera a la naturaleza. Nosotros creemos que Warauinewa creó al Yagán, al animal, a las plantas y a la geografía en la que vivimos. Eso se llama inclusión, lo otro es la idea del ser humano por encima de todo lo demás. Quiero que se incorpore el cariño por la naturaleza pero sobretodo entender, rápido y bien, que el árbol tiene vida y que no podemos ir con hachas y tirarlo abajo. Cuando estaba en el colegio y me decían que no había más de nosotros, sentía que me mentían y hoy, con toda la inocencia de un niño, no quiero que nos mientan más. Por eso hice este libro y estoy trabajando en el segundo para hablar de nuestra existencia, de todo lo lindo de la vida de nuestro pueblo. Me ha dicho gente que ha pasado por todas los estados mientras lo leía y a mí me pasó eso mientras lo escribía. Es un libro para pensar diferente, para quererse, para entender lo que significaba estar juntos y ver la preocupación respecto a qué será de nuestras vidas, que está siempre presente. Me preguntan cómo logré escribir un libro sobre una época en la que no estaba y yo digo que quizá Assenewesis está en mí, hay más de él en mí de lo que yo creo. Pero además el libro tiene mucho conocimiento natural, yo conozco todo el archipiélago y cómo afecta el humano a la naturaleza. Por eso cuento cómo ellos iban notando que el “blanco” había avanzando por allí y afectaba todo en su camino.
¿Hay diferencias entre Chile y Argentina en relación a la burocracia?
No, es igual en todos lados. En Francia te ponen los carteles en francés y en bretón, hasta ahí llegan. Hay que entender que pueblos originarios hubo en todos lados: en Francia, en Australia, Gran Bretaña. Pero los Estados de todo el planeta utilizan el capitalismo para respirar. Por eso cuando me preguntan por los derechos de los pueblos, por más que yo sea el Intendente de Tierra del Fuego y diga “a partir de ahora no ingresa nada del comercio, vamos a autoabastecernos”, los demás me masacran. Todos los revolucionarios quisieron salir del sistema capitalista y el imperialismo con Estados Unidos arriba y los llamados “países del primer mundo” lo impidieron, están todos unidos. Si alguien quiere hacer algo diferente, le aplastan la cabeza. El revolucionario siempre está mal mirado. Por eso se odia a los Kirchner porque les dijeron basta a los “platudos”, démosle algo a los demás. Sentido común y objetividad. Un hombre que pagó la deuda externa, no deberíamos ni hablar de él. Se trata de pensar cómo estás viviendo hoy y cómo estabas viviendo antes.
¿Cuál es su opinión respecto a los conflictos que hubo en el último tiempo en la Patagonia con los pueblos originarios? Y en especial la manera en la que lo retratan los medios
Volvemos a la Campaña del Desierto, a la historia de la humanidad. Yo te dejo ver a vos lo que me conviene y lo que no, no. Luego hay gente con poder que te arma distintas situaciones. Puedo pagarles a diez personas para que armen la escena del crimen y te hago ver como culpable. Esto es así. La hegemonía del poder hace que el mensaje sea más fuerte y mucho más disperso. En Chile, una vez había un experto en guerrilla que analizaba un galpón que supuestamente habían quemado los mapuches con pasamontaña y decía: “Esos movimientos que tienen, son de profesionales.” Los reconocía. A veces doy ejemplos en mi charla y digo: “Si ustedes se ponen un pasamontañas, van a romper un vidrio y luego dicen que fue Víctor reclamando por los derechos de los Yaganes, entonces cualquiera puede ser Víctor. Cuidado.” Todo armado. Pero es fácil para el presidente de Chile, o cualquier persona de poder, mandar gente a hacer desmanes y luego decir “los mapuches”. Lo mismo sucede en Argentina. Por eso, el sentido común es el que desbarata todas esas cuestiones, lo que puede llegar a ser y lo que no.
Al principio comentaba que tiene un proyecto personal pero ¿qué deseo o intención tiene para su pueblo?
Yo tengo un proyecto en comunidad que lo veo verde por eso prefiero seguir con el propio de divulgar en donde sea. Tengo contactos y la posibilidad de dar entrevistas permanentes para que se sepa que existimos, que estamos en Ushuaia, en Puerto Williams. Pero, además, tengo un proyecto de tener un lugar específico donde construir un sector ancestral y un sector de granja sustentable y mezclarlo con turismo. Un emprendimiento en el que los mismos Yaganes guíen, muestren, enseñen la naturaleza y te permitan volver a ella. Hacer un museo que enseñe quiénes somos nosotros. Está diseñado como un sueño de vida pero con el tiempo lo estuve descartando. Tal vez mañana asume otro presidente y decreta que nos den las tierras y se convierte en realidad. También necesitamos ese espacio para sepultar a los paisanos que, de lo contrario, van a parar a tierra común. Ojalá la vida me dé la oportunidad de ver eso. También hay muchos Yaganes y miembros de pueblos originarios con necesidades, no todos tienen la posibilidad de trabajar en un museo y tener un sueldo por mes. Entonces equilibrar la balanza y saber que el que no quiere hablar o hacer artesanías, no tiene que hacerlo pero puede manejar una combi, llevar gente al recorrido, cobrar los tickets. Hay un montón de salidas laborales pero lo ideal es que sean todos Yaganes los que trabajen ahí.
Después, el sueño familiar que llevo adelante y que involucra a mis hijos, un par de hermanos y que tiene que ver con la artesanía. Pero ojalá se logre el otro sueño, que es como vivíamos nosotros e incluye a toda la comunidad.
Este viernes se llevó a cabo en Río Grande el primer acto oficial en conmemoración del Día del Genocidio Selk’nam. Participaron autoridades provinciales, locales, legisladores y legisladoras, concejales, miembros del Pueblo Nación Selk’nam, vecinos y vecinas de la provincia.
El aniversario del Día del Genocidio Selk’nam fue instituido por Ley por la Legislatura de Tierra del Fuego AIAS el año pasado, estableciendo el 25 de noviembre como día de duelo provincial.
En su discurso, la Secretaria de Derechos Humanos y Diversidad, Abigail Astrada, sostuvo que “gracias a que el año pasado se modificó la ley que establecía el Día del Aborígen Fueguino, hoy nos encontramos realizando el primer acto oficial del Día del Genocidio Selk’nam. Esto es un hito para la comunidad y para toda la provincia”.
“Dejamos atrás un día de festejo y conmemoramos un día de duelo provincial, en memoria de nuestros pueblos nativos y en reconstrucción de nuestra historia fueguina”, agregó.
Asimismo, la funcionaria expresó que “sabemos bien que el Pueblo Selk’nam es originario de Tierra del Fuego y que sigue habitando las tierras del Estado Argentino. Ellos fueron víctimas de la colonización, del destrato y del arrebato de sus derechos humanos, tal como se puede referenciar en los secuestros de nativos Selk’nam que eran llevados a Europa para ser exhibidos en los zoológicos humanos. Esto era uno de los arrebatos a sus derechos”.
“Transitamos el camino de reparación y visibilización del Pueblo Selk’nam, reconociéndolos como sujetos vivos, como cuidadores de nuestro acervo cultural, como sujetos de derechos. Estas son las familias que resistieron el genocidio en Tierra del Fuego y que hoy se encuentran con nosotros”, recalcó.
Finalmente, Astrada subrayó que “el pueblo Selk’nam está vivo y lo más importante es que resistió y sigue resistiendo a la vulneración de derechos”.
Por su parte, Miguel Pantoja, miembro de la comunidad Selk´nam, dijo que “quiero agradecer a todas las personas que estuvieron involucradas en la reforma de la ley, fueron muchas y estoy seguro que delante nuestro, detrás nuestro y a nuestro lado están los antiguos”.
“Para nosotros es un día de duelo. Un día como hoy ocurrió una masacre, que no fue la primera ni la última. No fue solo un día, fueron tres décadas del peor genocidio. Se cometieron crímenes de lesa humanidad que todavía no han sido reconocidos”, declaró y aseguró que “quiero recordar simplemente que somos un pueblo vivo, porque existe un paradigma de que somos un pasado sin presente, que existimos en vitrinas y museos. Esto no es así, aquí estamos y necesitamos que se fomenten más y mejores políticas públicas para que tengamos una mejor realidad”.
Para concluir, María Salamanca, mujer Selk´nam, manifestó que “estamos a 136 años de los actos cometidos por las exploraciones de estos territorios. Quiero agradecer a quienes han trabajado en este reconocimiento. Duele aceptar que esto haya pasado con mi pueblo. Sin embargo acá estamos presentes”.
“Quisiera pedir que el reconocimiento de este genocidio se mantenga por siempre. Vamos a seguir vivos por siempre en nuestros hijos y nietos, porque llevamos sangre Selk´nam”, expuso.
Lucas Míguez fabrica canoas artesanales. Con una de ellas hará una expedición de 1.200 kilómetros a la Isla de los Estados, Tierra del Fuego. Alma, pasión y arte.
Míguez (derecha) prepara el viaje con ocho tripulantes. Fotos: Ariel Grinberg.
11/08/2022 11:11/ Actualizado al 11/08/2022 11:11
La lija va y viene sobre la madera, en el piso se acumula aserrín y el olor a barniz gana terreno, desde que llegás hasta que te vas. Las paredes lucen remos y distintas canoas cuelgan del techo.
En este taller, la carpintería naval es una artesanía que se rige por métodos de trabajo y herramientas de antaño.
Acá, todo lo que se construye, sea remo o canoa, es a pedido y se hace a mano. Cada pieza es única y tratada con diferentes detalles de terminación.
Este lugar está en Tigre y comparte espacio con un taller mecánico, ubicado adelante. Entre ruidos de motores, bujías y baterías, salen los remos y canoas más buscados de la zona.
Pero en su interior no solo se hacen trabajos a pedido de clientes, también se está construyendo la canoa más grande del país para llevar adelante una travesía que tiene como destino final la Isla de los Estados, un archipiélago de triple administración (gobierno de Tierra del Fuego, Administración Nacional de Parques Nacionales y Armada Argentina).
El origen de la expedición nació una mañana de la estricta cuarentena en la que Lucas Míguez, carpintero naval al mando del taller, se levantó con la idea en la cabeza.
Primero le pareció un disparate y creyó que no iba a tener apoyo, hasta que finalmente encontró ocho personas más para embarcarse en la aventura.A los 48 años, Míguez lucha para que su oficio no se extinga. Foto: Ariel Grinberg.
“La cuestión de todo esto es disfrutar el viaje y que sea lindo para nosotros. Nadie quiere hacer algo heroico y ponernos en riesgo. Solo queremos hacer una travesía que hasta el momento no se hizo”, dice.
Según se describe, el proyecto tiene una duración de 27 meses y se divide en dos etapas. La primera, que se inició en enero de 2021, consiste en la indagación, relevamiento, preparación, construcción de la canoa y los primeros entrenamientos.
La segunda, que empezará en enero de 2023, durará tres meses y corresponderá al período de travesía.
“La idea es comenzar la etapa de navegación desde Ushuaia, hacer el cruce del Estrecho De Le Maire y hacer la circunvalación de la Isla de los Estados. Esa etapa duraría un mes, pero todo va a depender de lo que suceda. La isla es compleja, tiene muchos fiordos. Más o menos calculamos 1.200 km, ingresando a los fiordos clave”, explica Míguez.
En una mesa sostenida por tablones, además del pegamento para encolar, lijas, pinceles, martillos, serruchos, mate y bizcochitos, se despliegan cartas navales. Allí se planifican distancias y se analizan puntos de partida y de llegada.
Un objetivo es demostrar que en una embarcación tradicional, construida con dedicación, se puede hacer una travesía increíble.Lucas Míguez, carpintero naval y navegante
“Este viaje tiene muchos objetivos, primarios y secundarios. El primario es la construcción de una embarcación y demostrar que, en una embarcación tradicional, bien construida y con dedicación, se puede hacer una travesía increíble. Y después están los secundarios, que son más personales. A mí me interesa la parte de arqueología, la parte de naufragios», dice Míguez.
Y agrega: «Nuestra madrina es arqueóloga (Dolores Elkin) y un poco queremos acompañar su trabajo con relevamientos. Juntar información y que a futuro se hagan investigaciones. Sobre todo, en el sur de la Isla de los Estados.”
La canoa para la expedición tiene 7.80 metros de longitud (eslora) y 1.30 de ancho (manga). Está construida con madera canadiense, cedro paraguayo, nogal salteño y va a ser la primera en tener cubierta. Además, va a contar con espacios como si fuese un gran kayak.El trabajo sobre la canoa con la que navegará alrededor de la Isla de los Estados, Tierra del Fuego.
“Nosotros empezamos a fabricar canoas hace 25 años y en ese mismo tiempo comenzamos a hacer turismo. Primero con canoas chicas, hasta que un día empezamos a hacer un modelo tradicional canadiense que era para seis personas y nos largamos con circuitos cortos por el Delta, con gente sin experiencia en el remo: grupos familiares, grupos extranjeros. Esta vez, para esta travesía, decidimos que tenga 50 centímetros más. No se fabrican tan grandes”, cuenta Míguez.
Todos los miembros de la expedición participan en la construcción de la canoa y los remos. En el proyecto escrito, aclaran: “Esta metodología asegura que los participantes conozcan hasta el más mínimo detalle de la embarcación, pudiendo resolver situaciones de averías en el material durante la navegación”.
Nos agarró una sudestada, fue terrible. La tormenta se levantó y tuvimos una lucha continua entre las olas. Desaparecieron kayakistas.Lucas Míguez, carpintero naval y navegante
Finalizada la construcción de la canoa, viene la etapa de entrenamiento técnico y la puesta a punto de la embarcación.
Durante ese período, la consigna esrealizar remadas de larga distancia y de complejidad técnica y buscar situaciones extremas para ver el comportamiento de la tripulación y su capacidad para resolver imprevistos.
“A veces vamos a Martín García y hacemos distancias de 120 km, pero le vamos a meter más intensidad en la etapa de los últimos seis meses. Sobre todo, con la canoa del viaje. Ahora estamos mucho en la parte de meteorología, de aprendizaje, de construcción, de información, de equipos y de trámite», detalla.
«Vamos a un lugar que pertenece a la Armada, a Parques Nacionales y que está administrado también por Tierra del Fuego. Esa triple administración implica un triple de permisos. La isla es una reserva. Por eso los trámites llevan tiempo. El municipio de Tigre, por suerte, va a declarar esto como de interés municipal y después vamos a ver si lo declaramos de interés provincial. Nos ayudaría con el tema de los recursos”, dice.El taller de Míguez, que creció junto al río, está en el Tigre. Foto: Ariel Grinberg.
Míguez hace hincapié en la cuestión meteorológica y en estudiar bien el clima. No quiere que se repita la situación extrema que vivió en 2017, yendo a un encuentro en la Isla Martín García.
“Nos agarró una sudestada, fue terrible. Desaparecieron kayakistas. La tormenta se levantó a las cinco de la tarde y tardamos dos horas y media en una lucha continua entre las olas. Según Prefectura, eran de tres metros. Ese día aprendimos que la base es la meteorología y no tomar decisiones apresuradas. De hecho, después hicimos unos cuantos cruces a la Isla Martín García sin poner en riesgo nuestras vidas, como aquella vez.”
Hijo e’ Tigre
Míguez tiene 48 años, nació en Tigre y nunca abandonó su ciudad. En los ’90 empezó a remar y hacer travesías largas. “Acá remás y, si no, el río en algún momento llega a vos”, dice como máxima. Su padre trabajó en barcos areneros y su abuelo también. Siempre vivió a cuadras del río y aprendió a hacer canoas para no tener que irse de su amado lugar de origen.
“Estuve siempre en contacto con el agua. Una vez que vas al agua, volvés siempre”, dice y se sonríe, mientras se ceba un mate. Tuvo un paso por la carrera de Arqueología y después de seis años de transitar los pasillos de la universidad, decidió volcarse al oficio que le generaba pasión y placer. “No volví más a la facultad y me dediqué de lleno a las canoas, remos y excursiones”, dice.
En el medio hizo lutería: fabricó violines. Aprovecha y muestra la estructura de un contrabajo que nunca llegó a terminar. “Pero siempre mantuve lo de la construcción de remos, porque es lo que conozco, vivo, siento y disfruto”, aclara.Junto con la construcción de la embarcación, el grupo estudia detalles de la travesía.
Aprendió carpintería naval gracias a distintos maestros con los que se cruzó y a través de la lectura de libros. Uno de sus principales objetivos, a partir de esta travesía a la Isla de los Estados, es seguir transmitiendo los conocimientos de un oficio en extinción: construir botes de madera y poder repararlos, como hicieron los primeros carpinteros de la zona.
“Se producía una cantidad increíble de botes en Tigre y de repente no se producen más. El conocimiento está a dos personas de perderse. Si bien existe información en Internet, lo que te brinda un maestro es distinto. Nosotros apuntamos a eso: al oficio y al maestro. No al curso de Internet ni a lo virtual”, reflexiona.
Y añade: “Tenemos esta posibilidad de salvar el oficio, tratando de concientizar a la gente de su valor y de lo que significaría perderlo. Para mí, los maestros deben formar discípulos. A veces, los oficios mal entendidos hacen pensar que transmitir algo que cayó en desuso no vale la pena».
«Ahora se hacen botes de plástico y eso no sólo condena la posibilidad de seguir construyendo, sino también el patrimonio cultural tangible de Tigre y de los miles de botes de club que hay en la zona. Hoy, si te comprás un bote de madera y se te rompe, no te lo repara nadie. Por eso, parte de nuestro proyecto es poner en valor este patrimonio cultural y hacerle una llamada de atención a quien corresponda”, concluye.
El pasado sábado 2 de julio por la mañana chilenos y argentinos, navegantes, kayakistas, activistas, referentes de organizaciones sociales y miembros de las comunidades Yagán y Kawesqar se reunieron en el centro de la ciudad de Ushuaia para celebrar el aniversario de la sanción de la Ley 1.355, que reguló la salmonicultura en Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur, prohibiendo el desarrollo de esta industria en el mar posicionando al país como el primero en tomar una decisión de tal magnitud en cuanto al cuidado del ambiente e incorporando a la creación de políticas públicas la participación ciudadana y la visión de los pueblos originarios sobre el cuidado de la naturaleza.
De la jornada participaron el Club Náutico AFASyN y embarcaciones de la comunidad náutica de Tierra del Fuego, el programa marino Sin Azul No Hay Verde, Canal Fun, Patagonia, el chef Lino Adillon, Greenpeace Andino, la Sociedad Civil por la Acción Climática de Magallanes, representantes de la Comunidad Yagán de Ushuaia y Navarino y representantes de la Comunidad Kawesqar.
David Alday, representante de la comunidad Yagán de Navarino, afirmó “En esta parte del planeta hemos demostrado que límites no existen si de mantener y cuidar nuestros entornos y lo que en ello habita se trata, la conexión con nuestra cosmovisión es tan imprescindible que no dudamos en activarnos y actuar, en protección de lo que es nuestra vida, nuestros ecosistemas, cargados de una mirada patrimonial ancestral única en el planeta, por ello nuestro trabajo debe estar a la altura en zonas de cuidado como es el extremo austral, tanto de Chile, cómo Argentina. Al celebrar este año de la ley que prohíbe la salmonicultura en el lado argentino da señas que el trabajo realizado no es en vano, que las convicciones y esfuerzo social es potente y verídico, con sólidos argumentos que llevan a manifestar el sentido común que nos comunica la protección de nuestros espacios y entornos rebosantes de vida y vírgen naturaleza.”
En un evento sin precedentes, en mayo del 2021 argentinos y chilenos unieron el Canal Beagle desplegando una bandera, para pedir por la sanción de la ley que reguló la salmonicultura en Argentina y fortalecer el reclamo común de proteger el Canal y los ecosistemas marinos del fin del mundo. Este año, para celebrar aquella decisión y seguir sumando esfuerzos para la protección de ambos lados del Canal, la comunidad volvió a unirse. ya que la industria estaría intentando reactivarse en Puerto Williams y, por otro lado, apoyar la causa de los hermanos chilenos que solicitan al gobierno que frene el avance de la salmonicultura.
«Es muy emocionante revivir el enorme triunfo alcanzado en Tierra del Fuego, donde gracias a las organizaciones , comunidad local y legisladores, se logró de manera unánime proteger el Canal de Beagle, ícono de la provincia. Es un verdadero ejemplo sobre cómo hacer las cosas correctamente, con un debate abierto y participativo y comprendiendo que al proteger el medioambiente protegemos también a la sociedad en su conjunto. El canal de Beagle debe ser protegido de manera integral, y es por ello que hoy, a un año de esta histórica ley, le exigimos al gobierno chileno que rechace todas las concesiones en trámite en Puerto Williams, la información técnica ya está disponible para fundamentar la decisión. Se debe seguir el ejemplo del lado argentino que puede celebrar sus buenas decisiones» declaró Estefanía González, Coordinadora de Océanos de Greenpeace Andino.
Las salmoneras amenazan la biodiversidad, la salud de los habitantes y el desarrollo económico. En 2019 el pueblo chileno Puerto Williams, frente a la ciudad Ushuaia, fue pionero en proteger el Beagle y expulsando a las salmoneras de su región.
A diferencia de Chile donde la industria ha ocupado muchos territorios, la provincia fueguina es el único lugar del país donde la industria podría instalarse. Con la aprobación de la Ley el año pasado, Tierra del Fuego fue en el primer lugar del mundo en prohibir la industria antes de que se instale y de esta manera se convirtió en un ejemplo del cuidado de un modelo económico y productivo sostenible, que respeta tradiciones culturales y prácticas artesanales que generan puestos de trabajo genuinos e ingresos por turismo y por la comercialización de productos locales. Esta decisión tuvo impacto a nivel global, ya que muchas comunidades costeras en todo el mundo que sufren los impactos de la industria, también están pidiendo que se retiren las jaulas del mar.
“La división entre Chile y Argentina está lejos de ser una realidad, se evidencia en los territorios desde el NOA hasta la Patagonia. Las regiones tienen una dinámica que va más allá de los límites políticos. La naturaleza y la cultura están íntimamente relacionadas y el tema de las Salmoneras en el Canal Beagle funcionó como resaltador. En en los últimos años la postura quedó más que clara con acciones que se hicieron en conjunto; no queremos industrias destructivas, queremos trabajar cada vez más unidos en pos de un futuro sostenible, hermanado con la dinámica de la naturaleza, a través de la revalorización de la cultura de los pueblos indígenas, actividades como el turismo de naturaleza y todo lo que la región ofrece. En 2021 esta unión le permitió al gobierno Argentino entender qué significan las salmoneras para su pueblo, hoy lo tiene que entender el Estado chileno” declaró David Lopez Katz, integrante del programa marino Sin Azul No Hay Verde.
Hoy las comunidades chilenas piden que las salmoneras salgan de áreas protegidas y de dónde habitan las comunidades indígenas que ven afectada su forma y desarrollo de vida. Exigen también que se frene toda expansión de la industria a través del rechazo a nuevos proyectos y el freno a los aumentos de los niveles de producción. Que se retiren progresivamente de las zonas frágiles como los fiordos y canales y por último que se sancionen con la pérdida de concesiones a las empresas y centros que hayan provocado o cuenten con desastres ambientales.
Desde que empezaron a reclamar por un Canal Beagle libre de salmoneras, los chilenos lograron que la Corte de Apelaciones de Punta Arenas detuviera el inicio de las labores de producción de la empresa salmonera Nova Austral en el Canal Beagle, ubicado en la región de Magallanes. También sacaron jaulas que ya estaban instaladas y listas para la producción y consiguieron que se le diera caducidad a las concesiones acuícolas otorgadas hasta ese momento. Además, detuvieron la expansión de la industria en la región de Magallanes a través de distintas acciones legales. En el caso de Puerto Williams, el reclamo es poder avanzar con el Espacio Costero Marino para Pueblos Originarios (ECMPO) de la comunidad Yagán, que es una forma efectiva y concreta de poder proteger esta zona de las distintas amenazas como la salmonicultura.
Chile está desde el año 2018 en alerta por la constante amenaza de las concesiones que aún se encuentran activas administrativamente en el Beagle . Cuatro fueron removidas, pero quedan ocho, detenidas por acción de la comunidad indígena a través de la presentación de solicitud ECMPO, que permite solicitar la administración y a la vez paraliza todo proyecto existente.
Esta historia no se termina con la sanción de la Ley 1.355. La visión colectiva y global del lugar que ocupamos en el mundo y la necesidad de protegerlo se vio fortalecida frente a su inminente amenaza. El mar es un solo y la comunidad de Argentina y Chile seguirán unidas en pos de su conservación. Tierra del Fuego tomó una decisión pionera que hoy es celebrada por aquellos que la viven y por el resto del mundo que quiere seguir su camino.
En “Mi sangre yagán”, Víctor Vargas Filgueira recorre relatos desconocidos de sus ancestros y cómo fueron colonizados. Infobae Cultura dialogó con el autor
“Yo soy miembro de un pueblo en el que el rostro de mi abuelo ilustra la tapa del libro Mi sangre yagán, ahua saapa yagán (La Flor Azul)”. Así se presenta Víctor Vargas Filgueira, de 50 años, que sigue viviendo en los mares del sur de sus ancestros, en Ushuaia, y cuya obra combina historia oral e investigación sobre uno de los pueblos originarios más olvidados.
Quizás la razón se encuentre en las continuas matanzas que provocaron que miles de yagán (también yagan o yámana) se hayan convertido sólo en cien sobrevivientes en apenas tres décadas. Aquellos hombres de las canoas que eran avezados cazadores de lobos de mar, de delfines y que recolectaban todo tipo de moluscos, desde almejas a erizos, fueron objeto de la persecución para que sus territorios fueran convertidos en estancias inglesas, es decir, que transformaran las tierras ancestrales en favor del colonialismo de principios del siglo XX.
Pero el libro muestra una cotidianidad de un pueblo desconocido, pero que está acá, en el sur, y a su vez revela cómo el diezmar a los yagán limitó el conocimiento sobre la cultura de los mares del sur.
Orundellico, su nombre yagán, o Jemmy Button, el que le colocaron los secuestradores
Uno de los yagán más conocido, por las penurias sufridas a mano de Charles Darwin, es Jemmy Button, quien fuera secuestrado y llevado a Inglaterra con tres personas más de distintas etnias de la región, donde fueron examinados, luego exhibidos, más tarde convertidos en sirvientes que hablaban el inglés, antes de que Darwin, el teórico de la evolución de las especies, los devolviera a los mares del sur. Este es otro capítulo del salvajismo colonial, que también fue ubicado en los alrededores de Tierra del Fuego. Esto ocurrió medio siglo antes de las narraciones que componen a Mi sangre yagán.
-¿Cómo fue que el colonialismo hizo que se llevara de miles a cien yaganes en treinta años?
-Las crónicas coloniales lo atribuyen a las enfermedades, pero eso es un 0 por ciento de lo que sucedió en el exterminio. Hubo cercenamiento de cabezas, de orejas y unos terratenientes cuyos descendientes tienen todavía latifundios y que nos cazaban para poder criar en nuestros territorios sus ovejas. En nuestro territorio esos cazadores son todos ingleses, irlandeses, escoceses, no hay alemanes ni de otra nacionalidad. El cazador más cruel era un escocés llamado McLeland.
«Mi sangre yagán, ahua saapa yagán» (La Flor Azul), de Víctor Vargas Filgueira
-También hubo alguno con buenas intenciones, según el libro, como el antropólogo alemán Martín Guisinde.
-Como hoy, que hay gente buena y gente mala, como en la historia de la humanidad. Un Alvear de ese tiempo decía “al indio ya lo tuvimos, tenemos para nosotros a la mujer, a los niños, los hacemos nuestros sirvientes”. Una historia horrorosa que pasó. Tierra del Fuego no tiene un territorio extenso, cada pueblo no superaba los seis mil habitantes, y eso facilitó el trabajo de exterminio. Y luego de la matanza, fueron tomados como mano de obra gratuita en las estancias de los gringos.
-¿Hoy existen miembros de la etnia yagán que conserven sus costumbres?
-Esa pregunta proviene de un estudio colonizado también. Vos querés que mi comunidad o yo estemos desnudos trabajando en una canoa de corteza. Yo tengo un celular en el bolsillo porque no podría servir cazar en una canoa o recolectar como hacía mi gente. Eso nos dejó el pensamiento hegemónico que dice que si sos indio tenés que tener una característica, por ejemplo, una vincha, pelo largo. No hay yagán que pueda emular a mi abuelo y si un documental va a la Amazonia, seguro tiene puestas unas zapatillas Nike. Yo soy primer consejero de la etnia yagán, pero lo único que se puede señalar es que soy de una contextura pequeña, porque mi pueblo cazaba en canoa de corteza y los yagán tienen alrededor de 1,50 de estatura en promedio, mientras los ethan tienen 1,80 porque caminaban la tierra; todos se iban formando por la forma que les tocó vivir. Hay algún vínculo que nos permite reunirnos con nuestros ancestros, y después una posibilidad más marcada de comer peces de mar, porque venimos de ella.
Tres protagonistas de la historia yagán
-El libro muestra una serie de ceremonias, también con fotografías, en las que se pintan la cara o el cuerpo, ¿a qué responde esto?
-Es como Papá Noel y la Navidad. El hombre necesita celebrar. Y cuando nuestro pueblo necesitaba una ceremonia de creencia, espiritual, la quina del yagán era una ceremonia para recrear el bien y el mal. El hombre siempre necesitó recrear el bien y el mal y los yagán usaban esto sobre todo con nuestros jóvenes. La pintura negra iba a ser de maldad y la roja de bondad.
-Las mujeres parecían pintarse la cara.
-Las mujeres se hacían líneas en la cara, en la que el rojo era alusivo al buen espíritu y el blanco era ceremonial.
-Usted dice que su abuelo era el hechicero y los yaganes en el libro dicen varias veces que no deben dejar que se sepa su conocimiento. ¿Cómo funcionaba esto?
-El que vino siempre se creía superior y tanto que entonces los nuestros decían “no te voy a mostrar lo que sabemos”. Era una lógica de la protección.
Las fotos que esta nota muestra dan cuenta de una sociedad con sus ritos, personas, celebraciones y juegos. Los yagán.