La actividad se desarrolló en el Círculo Ceremonial de Jornadas de Paz y Dignidad, impulsada por la Subsecretaría de Gestión, Promoción y Fortalecimiento de Derechos y Organización Comunitaria. El propósito fue conmemorar los 530 años de resistencia. Se trata de una actividad sancionada por Ordenanza Municipal desde 2016.
Realizan acto por el “Último día de la libertad de los pueblos originarios de América” (Infofueguina, 14 de octubre 2022) 2
Este viernes se llevó a cabo en Río Grande el primer acto oficial en conmemoración del Día del Genocidio Selk’nam. Participaron autoridades provinciales, locales, legisladores y legisladoras, concejales, miembros del Pueblo Nación Selk’nam, vecinos y vecinas de la provincia.
El aniversario del Día del Genocidio Selk’nam fue instituido por Ley por la Legislatura de Tierra del Fuego AIAS el año pasado, estableciendo el 25 de noviembre como día de duelo provincial.
En su discurso, la Secretaria de Derechos Humanos y Diversidad, Abigail Astrada, sostuvo que “gracias a que el año pasado se modificó la ley que establecía el Día del Aborígen Fueguino, hoy nos encontramos realizando el primer acto oficial del Día del Genocidio Selk’nam. Esto es un hito para la comunidad y para toda la provincia”.
“Dejamos atrás un día de festejo y conmemoramos un día de duelo provincial, en memoria de nuestros pueblos nativos y en reconstrucción de nuestra historia fueguina”, agregó.
Asimismo, la funcionaria expresó que “sabemos bien que el Pueblo Selk’nam es originario de Tierra del Fuego y que sigue habitando las tierras del Estado Argentino. Ellos fueron víctimas de la colonización, del destrato y del arrebato de sus derechos humanos, tal como se puede referenciar en los secuestros de nativos Selk’nam que eran llevados a Europa para ser exhibidos en los zoológicos humanos. Esto era uno de los arrebatos a sus derechos”.
“Transitamos el camino de reparación y visibilización del Pueblo Selk’nam, reconociéndolos como sujetos vivos, como cuidadores de nuestro acervo cultural, como sujetos de derechos. Estas son las familias que resistieron el genocidio en Tierra del Fuego y que hoy se encuentran con nosotros”, recalcó.
Finalmente, Astrada subrayó que “el pueblo Selk’nam está vivo y lo más importante es que resistió y sigue resistiendo a la vulneración de derechos”.
Por su parte, Miguel Pantoja, miembro de la comunidad Selk´nam, dijo que “quiero agradecer a todas las personas que estuvieron involucradas en la reforma de la ley, fueron muchas y estoy seguro que delante nuestro, detrás nuestro y a nuestro lado están los antiguos”.
“Para nosotros es un día de duelo. Un día como hoy ocurrió una masacre, que no fue la primera ni la última. No fue solo un día, fueron tres décadas del peor genocidio. Se cometieron crímenes de lesa humanidad que todavía no han sido reconocidos”, declaró y aseguró que “quiero recordar simplemente que somos un pueblo vivo, porque existe un paradigma de que somos un pasado sin presente, que existimos en vitrinas y museos. Esto no es así, aquí estamos y necesitamos que se fomenten más y mejores políticas públicas para que tengamos una mejor realidad”.
Para concluir, María Salamanca, mujer Selk´nam, manifestó que “estamos a 136 años de los actos cometidos por las exploraciones de estos territorios. Quiero agradecer a quienes han trabajado en este reconocimiento. Duele aceptar que esto haya pasado con mi pueblo. Sin embargo acá estamos presentes”.
“Quisiera pedir que el reconocimiento de este genocidio se mantenga por siempre. Vamos a seguir vivos por siempre en nuestros hijos y nietos, porque llevamos sangre Selk´nam”, expuso.
Los restos arqueológicos de uno de los enclaves defensivos y productivos instalados por la Corona Española entre 1779 y 1810 en Península Valdés dan cuenta de un establecimiento precario y permiten entender la presencia española en la Patagonia.
Plano y descripción del puerto ô bahia de San José, año 1779. / Fundacao Biblioteca Nacional Rio de Janeiro (Brasil). Colección De Angelis. Cartografía ARC.023,06,022
CONICET/DICYT En el marco de las Reformas Borbónicas, el rey Carlos III toma la decisión de proteger y fortalecer su presencia en territorios indígenas en América. Este proyecto colonizador incluyó la instalación de cuatro enclaves en la costa atlántica patagónica. Un equipo de investigación arqueológica multidisciplinario del CONICET estudia los vestigios de los asentamientos del Fuerte San José y el Puesto de la Fuente, erigidos entre 1779 y 1810 en Península Valdés (Provincia del Chubut), para poder comprender los modos de vida, la complejidad de las relaciones interétnicas entre colonos y las poblaciones nativas y las estrategias de supervivencia en contextos de escasez y hostilidad. “Lo que queda en los almacenes está todo sumamente pasado (harina margas, sacos engusanados). Este almacén está muy inundado de ratas pues es el primero que se hizo y se comen todas las harinas y menestras”, reza uno de los documentos que las investigadoras registraron.
Las arqueólogas Silvana Buscaglia, del Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas (IMHICIHU, CONICET), y Marcia Bianchi Villelli, del Instituto de Investigaciones en Diversidad y Procesos de Cambio (IIDyPCa, UNRN-CONICET), trabajan hace más de veinte años en el estudio de la colonización española de la costa patagónica y, a partir del año 2014, sumaron al equipo a Solana García Guraieb, del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL), y a Augusto Tessone, del Instituto de Geocronología y Geología Isotópica (INGEIS, CONICET-UBA). En estos años, los integrantes del equipo han publicado numerosos trabajos sobre el asentamiento del Fuerte San Jorge.
“El Fuerte San José tiene algunas características especiales que lo diferencian del resto de los enclaves que se establecieron en la región. Fue un asentamiento precario, subsidiario del Fuerte Nuestra Señora del Carmen. Poco tiempo después, frente a la necesidad de agua dulce, fue creado el Puesto de la Fuente, un establecimiento complementario de carácter productivo situado en proximidades a la Salina Grande a unos 30 kilómetros del fuerte. Ambos asentamientos fueron habitados por una pequeña población militar que rotaba anualmente; perduraron por un período de treinta y un años, hasta que en 1810 las tensiones con las poblaciones indígenas desembocaron en un ataque, ocasionando la muerte de la mitad de sus ocupantes”, cuenta Buscaglia.
Según indica el equipo de investigación, existe mucha documentación acerca del carácter y de las intenciones de la Corona Española a la hora de establecerse en ciertos sitios que consideraba estratégicos.
“Los establecimientos fueron pensados como enclaves fronterizos por ser explícitamente defensivos, con ellos se esperaba reafirmar la presencia española frente a los avances ingleses en la región, que fueran resguardos en los puertos naturales y que actuaran de apoyo para la explotación de recursos marinos y de sal disponibles en el área. Como la corona centralizaba el abastecimiento de las poblaciones y la única comunicación que tenían con el Río de la Plata era la vía marítima, cumplieron también la función de incorporar los puertos al sistema de intercambio colonial”, describe Bianchi Villelli.
Para conocer algunas características de las personas que permanecían en el Fuerte, Solana García Guraieb y Augusto Tessone trabajaron desde la bioarqueología, que permite dar cuenta del perfil biológico de las poblaciones del fuerte San José.
“Pudimos obtener mucha información a partir de estudios osteológicos y bioquímicos. Detectamos un camposanto y pudimos contrastar la información documental acerca del perfil biológico, masculino y adulto, de los pobladores, así como sus condiciones de salud precarias. La ocupación estuvo signada por enfermedades como el escorbuto. Los análisis de isótopos estables mostraron características acerca de la dieta e indicaron una diversidad de destinos de procedencia de sus residentes, incluyendo posiblemente regiones del caribe”, asegura García Guraieb.
Con respecto a las relaciones interétnicas, las investigadoras hacen énfasis en su carácter complejo y variable y en el dinamismo y reconfiguración constante de los vínculos interculturales a lo largo del espacio y el tiempo. “De este modo, en el caso del Fuerte San José observamos que desde el plano discursivo las referencias en Península Valdés muestran un gran vacío hasta 1787, al menos dentro del corpus documental relevado en el Archivo General de la Nación. En los últimos años de ocupación del Fuerte los documentos describen a las poblaciones indígenas como predominantemente hostiles y sus contactos con los pobladores del Fuerte se relacionan con agresiones físicas, muertes y robos”, aclara Buscaglia.
El Fuerte que no fue
En los primeros acercamientos al sitio, las investigadoras consultaron mapas y distintas fuentes de información y detectaron discrepancias entre ellos. Por ejemplo, frente a la Isla de los Pájaros (Istmo Florentino Ameghino en la Península Valdés), existe hoy en día una réplica de lo que habría sido la capilla del fuerte San José construida con fines turísticos y conmemorativos de la gesta colonizadora. Sin embargo, a medida que avanzaron las investigaciones, se detectó que esa construcción está inspirada en realidad en la capilla colonial de la Ciudadela de Montevideo (Uruguay). Debido a una confusión en los archivos entre la batería de Montevideo y el fuerte patagónico, ambos con el mismo nombre, los planos rioplateneses se asignaron erróneamente a Península Valdés. “Estábamos paradas en el campo y recordábamos los planos y notábamos un importante desfasaje con esa narrativa. Las verdaderas instalaciones del San José se realizaron con materiales precarios. Era un fuerte de palos y cueros sin buenas condiciones de abrigo, alimentación y con escasez de agua dulce”, describe Bianchi Villelli.
Este es uno de muchos de los ejemplos de este tipo de contraste entre el relato histórico tradicional y la evidencia histórica y arqueológica: “La perspectiva de la arqueología histórica, que integra, por un lado, el examen crítico de la información documental y, por el otro, un abordaje interdisciplinario para el estudio de distintas líneas de análisis arqueológico y bioarqueológico, nos está permitiendo reevaluar los discursos tradicionales sobre un proceso complejo y multidimensional como es el colonialismo en Patagonia”, enfatiza Buscaglia.
Los anillos de los árboles ayudan a identificar la madera de un barco ballenero de Rhode Island perdido en 1859 en la Patagonia.
DICYT Los científicos que investigan los restos de un viejo barco de madera frente a la fría y ventosa costa del extremo sur de Argentina dicen que es casi seguro que se trata del Dolphin, un barco ballenero trotamundos de Warren, Rhode Island, perdido en 1859. Los arqueólogos han pasado años investigando el origen del barco. sin hacer una identificación definitiva, pero un nuevo análisis de los anillos de los árboles en sus maderas ha proporcionado quizás la evidencia más convincente hasta el momento. Un equipo de investigadores argentinos y estadounidenses acaba de publicar los hallazgos en la revista Dendrochronologia.
“No puedo decir con cien por ciento de certeza, pero el análisis de los anillos de los árboles indica que es muy probable que este sea el barco”, dijo el autor principal Ignacio Mundo del Laboratorio de Dendrocronología e Historia Ambiental de Argentina, IANIGLA-CONICET. Mundo y los científicos del Observatorio Terrestre Lamont-Doherty de la Escuela Climática de Columbia utilizaron una enorme base de datos de anillos de viejos árboles norteamericanos para mostrar que las maderas fueron taladas en Nueva Inglaterra y el sureste de los Estados Unidos justo antes de que se construyera el barco en 1850. Otra evidencia incluye artefactos encontrados cerca del naufragio y relatos históricos de Argentina y Rhode Island. Esta parece ser la primera vez que se aplica la ciencia de los anillos de árboles para identificar un naufragio sudamericano.
“Es fascinante que la gente construyera este barco en una ciudad de Nueva Inglaterra hace tanto tiempo y que apareciera al otro lado del mundo”, dijo el científico de anillos de árboles de Columbia Mukund Rao, coautor del estudio.
Nueva Inglaterra fue un jugador importante en el comercio mundial de la caza de ballenas desde mediados de la década de 1770 hasta la década de 1850, cuando el aceite extraído de la grasa era popular para la iluminación y la lubricación, y el hueso de ballena se usaba en muchos artículos domésticos pequeños que ahora están hechos de plástico. Cientos de barcos yanquis recorrieron regiones remotas, a menudo en viajes que duraron años. La industria se desvaneció en la década de 1860 después de que diezmaron las poblaciones de ballenas y llegó el petróleo.
Según un manuscrito inédito del historiador local de Warren, Walter Nebiker, el Dolphin se construyó entre agosto y octubre de 1850 con roble y otras maderas. Normalmente, los árboles se talaban en climas fríos aproximadamente un año antes de que se construyera un barco, que en este caso habría sido entre finales de 1849 y febrero de 1850. Con una longitud de 111 pies y un peso de 325 toneladas, el Dolphin fue botado el 16 de noviembre de 1850. Nebiker la describió como «probablemente la quad-rigger más rápida de todos los tiempos».
El barco navegó por los océanos Atlántico e Índico durante casi dos años y medio, y regresó cargado de petróleo en marzo de 1853. Los viajes posteriores lo llevaron a las Azores y alrededor del Cuerno de África a las Seychelles, Zanzíbar y Australia. Su último viaje partió de Warren el 2 de octubre de 1858. El barco terminó frente a la Patagonia unos meses después. Una carta a los dueños de su amo, el Capitán Norrie, decía que fue destruido cuando «yacía sobre las rocas en la parte suroeste de New Bay», una aparente referencia al Golfo Nuevo, uno de los pocos buenos puertos naturales de la Patagonia, donde se sabía que habían llegado balleneros. La tripulación habría navegado unas 10.000 millas para llegar allí.
No hubo un asentamiento europeo permanente en el Golfo Nuevo hasta 1865, cuando los inmigrantes galeses comenzaron lo que ahora es la pequeña ciudad de Puerto Madryn. La tradición local dice que los primeros colonos recolectaron material de uno o más naufragios, pero no está claro si se trataba del Dolphin o de algún otro barco o barcos desafortunados.
En 2004, los sedimentos en movimiento revelaron los restos parciales de una embarcación de madera en las llanuras intermareales frente a Puerto Madryn. Los lugareños sabían que estaba allí, pero los científicos no. En 2006 y 2007, arqueólogos marinos, incluido Cristian Murray, del Instituto Nacional de Antropología y Estudios Latinoamericanos de Argentina, excavaron los restos durante las mareas bajas. También documentaron varios otros naufragios cercanos.
Casi todo lo que quedaba del barco era parte de las cuadernas inferiores, o costillas, y algunas tablas del casco y del techo. En un artículo de 2009, Murray y sus colegas determinaron que el barco fue construido probablemente en el siglo XIX, principalmente con roble y pino del hemisferio norte. Pero de qué especie y si de origen europeo o norteamericano, no pudieron decir. Con poco más para continuar, algunos clavos de latón, un solo zapato de cuero, especularon que podría haber sido un barco pesquero o mercante, o un ballenero.
Finalmente aparecieron otras pruebas. Cerca de los restos del naufragio se encontraron dos calderos de hierro y restos de ladrillos, lo que sugiere un «trabajo de prueba» a bordo de un barco para hervir la grasa. Murray y sus colegas también descubrieron que el marino argentino Luis Piedrabuena había rescatado a 42 tripulantes del Dolphin; los llevó a Carmen de Patagones, un pueblo a unas 100 millas al norte, y desde allí, con suerte, los refugiados regresaron a casa. ¿Dónde habría sido eso? El Dolphin apareció en el registro de seguros marítimos de Lloyd como procedente de Warren. Después, los investigadores se pusieron en contacto con la Warren Preservation Society, que proporcionó el manuscrito de Nebiker y otra información.
Basado en esto, un periódico local de Rhode Island especuló en 2012 que se había encontrado el delfín. En 2019, Murray finalmente publicó un artículo que sugería esto, pero decía que no se podía probar. Entran los científicos de los anillos de los árboles.
Ese año, Murray y sus colegas volvieron a excavar los restos del naufragio e invitaron a Ignacio Mundo a examinarlo. Se horrorizaron cuando Mundo les dijo que la única forma de obtener muestras decentes de la madera empapada sería cortar con una motosierra un par de docenas de secciones transversales de las nervaduras y los tablones, y secarlos. Finalmente, al darse cuenta de que no había otra manera, los arqueólogos cedieron y eligieron los lugares donde pensaron que se produciría el menor daño.
Después de procesar las muestras en su laboratorio, Mundo recurrió a Ed Cook, fundador de Lamont-Doherty Tree Ring Lab, colaborador de muchos años con colegas sudamericanos y pionero en dendroarqueología, la ciencia que determina la edad y procedencia de estructuras de madera antiguas. Cook ha analizado muchos edificios antiguos en el noreste de EE. UU., junto con objetos, incluido un balandro del siglo XVIII descubierto accidentalmente durante las excavaciones después de que el World Trade Center fuera destruido en 2001. (Descubrió que había sido construido con roble alrededor de 1773 cerca de Filadelfia).
El arma secreta de Cook: el Atlas de sequías de América del Norte, una base de datos masiva cuya creación encabezó a principios de la década de 2000. El atlas recopila muestras de anillos de unos 30.000 árboles en pie de muchas especies en todo el continente que se remontan a más de 2.000 años. Los diferentes niveles de precipitación crean sutiles variaciones anuales en el ancho del anillo que permiten a los investigadores trazar climas pasados, fechar los años precisos de germinación y crecimiento de los árboles y, en el caso de estructuras de madera viejas, a menudo dónde y cuándo se cortaron los árboles, ya que los climas varían según el lugar. lugar, dejando distintas firmas regionales.
Los dendrocronólogos determinaron que las nervaduras estaban hechas de roble blanco, muchas especies de las cuales crecen en el noreste de los Estados Unidos. Los tablones del casco y del techo, podían decir, eran pinos amarillos antiguos, cuyos bosques alguna vez cubrieron gran parte del sureste de los EE. UU. Los clavos de madera que sostenían las cosas estaban hechos de langosta negra resistente a la putrefacción, muy extendida en muchos estados del este.
El análisis de los anillos de roble mostró que algunas de las maderas procedían de árboles que habían brotado ya en 1679. Lo más sorprendente: los anillos más exteriores indicaban que los robles habían sido talados en 1849, coincidiendo exactamente con la construcción del Dolphin en 1850. Los últimos anillos en los tablones de pino datan de 1810, pero esto no molestó a los científicos; a diferencia de las nervaduras gruesas, los tablones se habrían fresado mucho, por lo que nadie esperaba encontrar los anillos exteriores.
Luego, los científicos compararon los anillos con cronologías regionales específicas. La mayoría de las muestras de pino coincidían bien con las cronologías tomadas hace décadas de árboles vivos en las áreas de la montaña Choccolocco de Alabama y del lago Louise de Georgia, ambas conocidas por exportar cantidades masivas de pino a los estados del norte en el siglo XIX. Los investigadores no pudieron decir si los tablones provenían de esos sitios específicamente, pero las firmas indicaban que debían provenir de algún lugar de Alabama, Georgia o el norte de Florida.
En cuanto a las nervaduras de roble, los anillos se parecían más a cronologías tomadas de viejos árboles que crecían en Massachusetts. Entre los marcadores: distintos períodos secos y de bajo crecimiento en las décadas de 1680-1690, 1700 y 1810. Los anchos muy estrechos de los anillos indicaban que los árboles habían crecido en bosques densos y antiguos, la mayoría de los cuales fueron talados en Nueva Inglaterra entre principios y mediados del siglo XIX cuando los madereros arrasaron. Sin duda, muchos de esos robles de Massachusetts terminaron en los astilleros de la vecina Rhode Island.
El nuevo periódico todavía cubre sus apuestas, diciendo que el barco muy bien podría ser el Dolphin, pero que a falta de algún artefacto único asociado con el barco, posiblemente podría ser algún otro ballenero estadounidense de la misma época. “Hubo muchos barcos balleneros en esa área durante ese tiempo”, dijo Murray, coautor del artículo. “Así que no me gusta decir que es el Dolphin hasta que podamos obtener más evidencia”.
Sin embargo, Mukund Rao, el dendrocronólogo de Lamont, dice estar completamente convencido. “Los arqueólogos son más conservadores, prefieren un estándar un poco más alto y no los culpo”, dijo. “Es cierto que no tenemos algo como la campana del barco. Pero para mí, la historia está ahí, en los anillos de los árboles”.
El artículo también fue coautor de Mónica Grosso del Instituto Nacional de Antropología y Estudios Latinoamericanos de Argentina, y Ricardo Villalba del Laboratorio de Dendrocronología e Historia Ambiental, IANIGLA-CONICET. Ignacio Mundo también es profesor adjunto en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Cuyo.
El film “Terre de Feu” fue realizado por una expedición francesa en 1925 y generó material filmográfico sobre la vida de los pueblos Selk’nam, Kawésqar y Yagan.
La Dirección de Desarrollo Audiovisual de la Secretaría de Cultura de la Provincia, a través de la Embajada de Francia en Argentina y la Cinemateca de Toulouse realizó la proyección del film “Terre de Feu”, que consta de un registro documental inédito de los pueblos originarios de la Patagonia, realizado por una expedición francesa a principio del siglo XX.
Dicho evento culminó con un conversatorio con la participación de integrantes del pueblo Selk’nam y del pueblo Yagan Paiakoala, la Secretaría de Pueblos Originarios y la Dirección Provincial de Museos y Patrimonio Cultural.
Esta película fue filmada en 1925, durante una expedición en barco organizada por la Sociedad francesa de Geografía por la Patagonia y Tierra del Fuego. Su proyección fue posible gracias a las gestiones del Gobierno de la Provincia, la Embajada Francesa en Argentina y la Cinemateca de Toulouse.
Del evento participaron la Ministra de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología, Analía Cubino; la Secretaria de Justicia de la Provincia, Daiana Freiberger; la Secretaria de Pueblos Originarios, Vanina Ojeda y la Secretaria de Cultura, Lucía Rossi.
Cabe destacar, que en la actividad estuvieron presentes Margarita Angélica Maldonado, María Angélica Salamanca, Nicole Bailone, Carmen Ojeda, María Vargas, Daniela Bogarín, mujeres líderes de los pueblos Selk’nam y Yagan Paiakoala de nuestra provincia.
Al respecto, la secretaria de Pueblos Originarios, Vanina Ojeda aseguró que lo que se destaca de la proyección es “la incorporación curricular de historia de los Pueblos Nativos, avance que, no hubiera sido posible sin la participación y acompañamiento de los pueblos originarios de la provincia”.
Por su parte, el Director Provincial de Desarrollo Audiovisual, Rodrigo Tenuta, explicó que la proyección se posibilitó “a través de un contacto con el área audiovisual de la embajada de Francia y, a partir de ahí, con la cinemateca de Toulouse”.
“Se trata de un material restaurada de 33 minutos, que no se había visto hasta el momento. Tuvimos acceso a una copia parcial, porque parte de esta película se perdió con el pasar del tiempo” detalló.
En el extremo sur de América, el pueblo selk’nam u ona está demostrando que no está extinto, como aseguraban académicos y libros. Recuperando sus historias familiares y tradiciones, buscan el reconocimiento.
Los selk’nam, habitantes originarios de Tierra del Fuego, en el extremo sur de América, fueron dados por extintos.Imagen: CC BY-Martin Gusinde/Världskulturmuseet-NC-ND
Marcela Comte ahora entiende por qué su madre siempre mantenía las cortinas cerradas y tenía terror de abrir la puerta si golpeaban. El miedo la acompañaba, aun viviendo en el norte de Chile, a más de cuatro mil kilómetros de Tierra del Fuego, la remota isla de la cual provenía su abuelo.
Para Hema’ny Molina, la buena nota que obtuvo en un trabajo escolar sobre los pueblos indígenas australes, que decía que los selk’nam u ona estaban extintos, no era correcta. «Miraba a mi abuelo y mi mamá y sabía que eran ona. Le dije a mi profesora que mi trabajo estaba mal, que no estaban extintos, pero no tuve fuerza para decirle que soy ona», recuerda.
Así crecieron, lejos del territorio de sus ancestros y en medio de contradicciones, en una sociedad que oficialmente las daba por desaparecidas y en la que convenía callar. «Eso lo han vivido todas las familias. Lo pasamos muy mal en el colegio, recibimos burlas. Hasta que uno se empodera y no importa lo que digan. Pero todavía hay quienes no han pasado esa barrera del temor», dice Hema’ny Molina, hoy presidenta de la Corporación Selk’nam Chile.
Heman’ny Molina: «Fue tan violento, que la primera reacción de los niños fue callar y olvidar que eran selk’nam, porque de ello dependía la vida.»Imagen: CC BY-Martin Gusinde/Världskulturmuseet-NC-ND
«No se atreven a decirlo públicamente porque, como los libros dicen que no existimos, no se sienten seguros. ‘Dónde está tu pueblo’, te preguntan. Y crees que eres tú solo», agrega Marcela Comte, tesorera de la corporación. Ambas pertenecen a la Comunidad Covadonga Ona, que reúne familias que se autoidentifican como selk’nam en Chile (documentos oficiales los registran indistintamente como selk’nam o selknam).
La mayoría de los sobrevivientes del genocidio contra este pueblo terminó disperso por Chile y Argentina -países a los que pertenece Tierra del Fuego-, pero también muchos fueron embarcados en buques mercantes con destino incierto. «En algún momento, creímos que éramos la única familia con conciencia de venir de allá. Todas las familias lo han pensado, es un sentimiento de soledad muy grande», dice Molina.
Sobrevivientes del exterminio
Cuando el misionero y etnólogo alemán Martin Gusinde llegó a Tierra del Fuego en 1918, estimó que en la isla quedaban menos de 300 selk’nam. 50 años más tarde, la antropóloga Anne Chapman decretó que con la muerte de la supuesta última hablante estaban extintos. «Fuimos víctimas del genocidio físico y académico«, dice Molina.
Hoy los descendientes de quienes sobrevivieron al «genocidio físico y académico» protagonizan un proceso de autoidentificación y reemergencia.Imagen: CC BY-Martin Gusinde/Världskulturmuseet-NC-ND
El primer choque ocurrió con el paso de los navegantes y buscadores de oro, y el secuestro de indígenas que fueron presentados en exposiciones y zoológicos humanos en Europa. En la segunda mitad del siglo XIX, llegaron los pioneros con la ganadería ovina. Molina indica que, avaladas por los Estados de Chile y Argentina, «hubo verdaderas cacerías humanas. Se llegó a pagar una libra esterlina por hombre muerto. Tierra del Fuego está sembrada de cadáveres y muchos sin cabeza, porque las cortaban para venderlas a los museos.»
Hombres y ancianas eran asesinados y las jóvenes y niños secuestrados. Los hijos del mestizaje forzoso hablaban el idioma y se criaban como selk’nam, pero se les negó el derecho a serlo. Muchos terminaron en las misiones salesianas fuera de la isla, donde pretendieron salvar a los indígenas de las matanzas y evangelizarlos, pero cundieron enfermedades que los diezmaron. Los niños sobrevivientes fueron dados en adopción. Muchos perdieron sus nombres y crecieron sin saber sus orígenes.
«En el caso de los exiliados, sus hijos nacidos en el exterior no dejan de ser chilenos… Y, en nuestro caso, ningún selk’nam salió de Tierra del Fuego por voluntad propia», dice Hema’ny Molina.Imagen: María Luisa Rodríguez/Corp. Selk’nam Chile
«Hay un corte histórico en que nadie supo nada de nosotros. Fue tan violento, que la primera reacción de los niños fue callar y olvidar que eran selk’nam, porque de ello dependía la vida. El trauma familiar es muy grande, por eso todavía cuesta hablar», dice Marcela Comte.
De las historias familiares al reconocimiento
En el lado argentino de Tierra del Fuego, la comunidad indígena Rafaela Ishton ha tenido logros en derechos y garantías, lo que avala también la lucha de este pueblo en Chile. En el último censo en el país, 1.144 personas se reconocieron como selk’nam y la comunidad Covadonga Ona suma más de 200 miembros.
Además, hace cinco años que trabajan con la Universidad Católica Silva Henríquez -y ahora se suma la Universidad de Magallanes-, en la búsqueda de antecedentes sobre la sobrevivencia selk’nam en Chile. «Algunos solo tienen la sospecha y nada con qué probarlo, pero se miran al espejo y hay una tendencia inexplicable. Cuando empiezan a recabar la historia y las costumbres, encuentran un ancestro que fue adoptado, le cambiaron el nombre, y traspasó rasgos culturales que quedaron en la familia», indica Hema’ny Molina.
La antropóloga Constanza Tocornal, de la Universidad Católica Silva Henríquez, trabaja con ellos en la reconstrucción de memorias orales e historias familiares, y en la revisión de fuentes archivísticas y documentales.
«El reconocimiento cultural y político del pueblo selk’nam tiene que considerar que el genocidio dificulta la continuidad cultural. En estas memorias familiares, hay procesos íntimos de invisibilización, miedo y violencia sufrida hacia su posibilidad de autoidentificarse como un pueblo, al que la sociedad le decía que estaba desaparecido. Eso también es parte de los componentes identitarios», explica.
Miembros de la comunidad Covadonga Ona y de la Corporación Selk’nam Chile buscan que el Estado chileno les reconozca como etnia originaria, como ya ha ocurrido con otros nueve grupos.Imagen: María Luisa Rodríguez/Corp. Selk’nam Chile
El proceso legal de reconocimiento no tiene que ver con pureza sanguínea, aclaran en la corporación. Los pueblos cambian y aunque hoy no habiten en el territorio ni hablen la lengua, mantienen ciertos rasgos culturales. Ellos mismos descubren parecidos cuando se reúnen. Hay también ciertas prácticas y habilidades en las familias, como el trabajo textil o en cuero que, «una vez que se reconoce la posibilidad del ancestro selk’nam y lo contrasta con relatos etnográficos, encuentra mayor explicación», agrega Tocornal.
Hoy están en proceso de recuperar el idioma, que nunca se perdió del todo. Cada día reciben más consultas de colegios y universidades para que entreguen su testimonio, relata Marcela Comte: «Nos hacen muchas preguntas, les enseñamos algunas palabras y quedan maravillados de que estemos aquí y que los textos escolares estén equivocados.»